enero 2006


Toda mi vida he escrito cosas. Hace un tiempo encontré un diario de vida de cuando tenía unos 9 años (forrado con papel de regalo de puras imágenes de el único mono animado que soporto: Garfield). Ahí pude revisar una tímida letra que retrataba día a día mi eterna lucha entre el salir a jugar y el hacer las tareas. Luego, me regalaron -en plena adolescencia- un libro, pero con sus hojas en blanco. Desde letras de canciones hasta incipientes historias de amor, se guardaron en aquellas hojas. De ahí una amiga me hizo un libro con tapas de madera, en el cual ya empezaron a perfilarse las historias más importantes de mi vida, todo acompañado de las citas célebres que tanto me gustan. Después de eso, este blog: una verdadera mezcla de lo que diariamente ronda mi cabeza (que aunque quiera lo contrario, de alguna u otra manera, refleja quién soy).
Cuido mi intimidad como algo muy sagrado. Confío en la gente que me quiere, pero siempre busco el guardarme algo para mí. Protejo un espacio que es mío, mi perspectiva de las cosas, mi sentir.
Por eso acá me muestro sutilmente. Si dejara entrever más cosas, me sentiría vacía. Por eso me cuesta comprender a la gente que dice «decirle todo» a quienes aman, ó confiar todo como muestra de cariño, para mí eso es no cuidarse. Sería como dejar todo en manos de los demás, quedándome sin contenidos, sin mi propia historia.
Me tomé algunos días de descanso. El cambio de aire siempre hace bien. Y el hacer cosas distintas también.
La playa es de aquellos lugares en los que puedes distinguir lo diferentes que somos unos de otros.
Porque está quien llega totalmente equipado con uno o más quitasoles, con sillas de playa, bolso playero atestado de productos como la muda de la guagua, el set de bronceadores y/o bloqueadores, revista (que aborde temas light de preferencia) ó el libro de moda (que si es de autoayuda ó corresponde a la novela top del momento, mejor), juego de baldes y palas para el niño, paletas y pelota, dinero para helados, galletas, bebidas, merengue, pan de huevo, etc, etc.
Imagino la preparación antes de salir para preparar todo eso sin olvidar nada. Sumándole al espectáculo la familia extendida -además de la propia-, el ponerse de acuerdo a cuándo, cómo y dónde se hacen las cosas evitando a toda costa una discusión de proporciones que eche a perder el «ambiente de descanso» propio de la época de vacaciones. Un lío.
Pero está el otro tipo de personaje. Aquel que llega a la playa no transportando más que una toalla y a su propia humanidad. Lo más seguro es que termine algo deshidratado y enfrentando los estragos del ponerse al sol sin ningún tipo de protección. De seguro que tiene más arena que el otro. Y más hambre y sed también.
Pero el relajo no se lo quita nadie. Eso es seguro.

Esto es un regalito: Zero 7.


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– Me gusta comer en la calle.
– Me sueno en público.
– Doy grandes propinas.
– Me vuelvo loca por nada que tenga chocolate (llámese helado ó torta).
– Me gustan los peluches.
– Creo en las modas, tanto musicales como estéticas.
– Soy capaz de dormir en lugares públicos (playa, parque, metro, etc.)
– Me gustan los perfumes pasosos.
– Me gustan los curados que se ponen melosos, los llorones y los que se agarran a combos.
– Me agrada conversar de política y religión con mis amigos un sábado en la noche.
– Me gustan los que se aprobleman por la plata sin razón.
– Interrumpo a la gente cuando habla.
– Me agrada la gente que cree que la apariencia define a las personas.
– Me gustan los tipos que manejan rápido y que creen tirar pinta.
– Engancho con intelectualoides baratos que ocupan su tiempo arreglando el mundo desde su «perspectiva teórica».

¿No será mucho «NO»?
Hay lugares que nunca conoceré y culturas que nunca descubriré. Personas tan distintas a mí que si las viera alguna vez, es probable que me costaría verlos como seres humanos.
Pero si quiero tener una idea acerca de ellos, me basta con sólo hacer un clic en mi pc ó solo ver un programa de televisión para saber más de ellos. Al revés imposible: ellos no pueden hacer eso. ¿Esto es globalización? ¿estamos todos conectados?
Ahora, ¿es positivo el intercambio cultural? ¿ó es mejor dejarlos vivir como lo hacen sin influenciarlos con nuestras costumbres? Personalmente, creo que se deberían respetar esos espacios, tratando con esto de mantener intactas esas culturas.
Encontre por ahí un artículo bastante chistoso acerca de las edades que tendrían los países.
Chile andaría rozando la adolescencia, sería como un niño con ganas de ser adulto, algo mamón y quedado, algo así como el último de la fila, pero el que siempre tiene buenas notas. De hecho, le copian. Pasaría horas del día pegado a un pc, sería un obsesivo por la tecnología y la comida chatarra (no sería extraña la presencia de un incipiente sobrepeso que de seguro Ronald Mc Donald no ayudará a bajar).
Tendría el autoestima algo baja, no reconoce sus méritos y mira al lado, pensando que los demás siempre son mejor que él. Un niño aún.

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