Me tomé algunos días de descanso. El cambio de aire siempre hace bien. Y el hacer cosas distintas también.
La playa es de aquellos lugares en los que puedes distinguir lo diferentes que somos unos de otros.
Porque está quien llega totalmente equipado con uno o más quitasoles, con sillas de playa, bolso playero atestado de productos como la muda de la guagua, el set de bronceadores y/o bloqueadores, revista (que aborde temas light de preferencia) ó el libro de moda (que si es de autoayuda ó corresponde a la novela top del momento, mejor), juego de baldes y palas para el niño, paletas y pelota, dinero para helados, galletas, bebidas, merengue, pan de huevo, etc, etc.
Imagino la preparación antes de salir para preparar todo eso sin olvidar nada. Sumándole al espectáculo la familia extendida -además de la propia-, el ponerse de acuerdo a cuándo, cómo y dónde se hacen las cosas evitando a toda costa una discusión de proporciones que eche a perder el «ambiente de descanso» propio de la época de vacaciones. Un lío.
Pero está el otro tipo de personaje. Aquel que llega a la playa no transportando más que una toalla y a su propia humanidad. Lo más seguro es que termine algo deshidratado y enfrentando los estragos del ponerse al sol sin ningún tipo de protección. De seguro que tiene más arena que el otro. Y más hambre y sed también.
Pero el relajo no se lo quita nadie. Eso es seguro.

Esto es un regalito: Zero 7.


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