Mi hermana, con voz algo asustada, dijo: el caballero se cayó… ¡sí, se cayó! ¡quedó tirado en el suelo!
Dejamos el auto estacionado a la cuadra siguiente. Apenas se veía algo: era una noche de invierno y esa calle es particularmente muy oscura, por la cantidad de árboles que hay.
Corrí para llegar más rápido donde estaba este hombre tirado en el suelo.
En pocos segundos me fue imposible no pasarme un montón de películas, hasta que al llegar me alivié un poco al -por lo menos- no ver sangre.
Le preguntamos qué le pasaba, como se llamaba, pero él lloraba y no decía nada. Apuntó a su cabeza, por lo que le preguntamos si se había golpeado. No respondía nada, sólo lloraba. La verdad es que no sabíamos qué hacer, hasta que nombró a una persona y nos indicó que vivía unas casas más allá.
Me quedé sola con él mientras iban mis papás y hermana a buscarlo, cuando justo le vino un ataque de epilepsia.
En la universidad me habían explicado en que consistía, pero es increíble verlo en vivo y en directo. El cuerpo se sacude con una fuerza impresionante. Traté que por lo menos no se golpeara en la cabeza.
Llegó este caballero quien nos explicó que él le regalaba las pastillas para la enfermedad, pero que no había venido cuando le correspondía y que lo más probable es que justamente iba a su casa a buscarlas cuando le vino el ataque.
Jodida enfermedad.

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