Pareciera que existe una tendencia del ser humano de buscar aquello que cuesta demasiado conseguir. No me refiero a aquellas metas que nos incentivan a lo largo de nuestra vida, sino que a aquellas motivaciones que nos demandan mucho, tal vez demasiado. Y satisfacer esas demandas, a veces, se torna una labor demasiado pesada. Como si lo simple no bastara.
Hay gente que lo persigue en el trabajo obsesionándose con encontrar una perfección que a veces ni siquiera es reconocida por el jefe. Otros lo buscan en lo espiritual, ámbito en el cual se involucran en creencias que delimitan su comportamiento radicalmente (y que a los ojos de los demás parecieran que casi sufrieran por seguir las ordenanzas de su religión). Y todo es buscando un supuesto bien supremo que vendría de la mano con la perfección.
Incluso hay quienes tienen hasta un rostro perfecto. Modales perfectos. Reacciones perfectas. ¿Una salida de madre? No, imposible. Eso echaría por el suelo todo lo conseguido. Ahí fallarías. Y de seguro, con lo perfecto que eres, alguien te enrostraría tu error.
Yo me agotaría con tratar de ser así.
Me quedo con mis imperfecciones.
Y con sus consecuencias.

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